De narrativa simple (y por “simple” me refiero
a que no es Cervantes), Sartre es fácil de leer. Pero es verdad que no es para
cualquiera. A mí me llegó en el momento indicado, se me puso en frente, ni
siquiera lo busqué. De otra manera quizá no lo hubiera disfrutado, quizá no lo
hubiera entendido. Antoine Roquentin tiene una existencia llana y la dedica a escribir un libro, no hay más;
solitario, nos abre las puertas de su mente ociosa que padece su propia
existencia. El fantasma del único ser humano al que ha amado ronda en su
memoria y, finalmente, lo vemos aparecer, es allí donde nos damos cuenta que el
personaje en cuestión ha amado, siente y tiene pasiones, y esa es su fatalidad:
amar al ser humano, que tanto odia; amar al ser que le causa “la náusea”.
Piensa:
“El misántropo es hombre; por lo tanto, el
humanista puede ser en cierta medida misántropo. Pero es un misántropo
científico, que ha sabido dosificar su odio, que odia primero a los hombres
para poder amarlos después.”
Anny, la mujer amada, por su parte, expresa
breve y vehementemente lo que ella, en un entendimiento absoluto, padece de la
misma manera:
“En otros tiempo fui capaz de sentir pasiones
hermosas. Odié con pasión a mi madre. Además a ti –dice desafiante- te amé
apasionadamente (…) Lo sé. Sé que nunca encontraré nada ni nadie que me inspire
pasión. Tú sabes que ponerse a amar a alguien es una hazaña. Se necesita una
energía, una generosidad, una ceguera… Hasta hay un momento, al principio
mismo, en que es preciso saltar a un abismo; si uno lo piensa, no lo hace. Sé
que nunca más saltaré (…) Ahora, vivo rodeada de pasiones muertas.”
La náusea, se puede apreciar, creo, cuando uno
mismo ha sentido esas ganas de vomitar la existencia. Hoy por hoy, en este
punto de mi vida, temerosa de las “pasiones muertas”, volví a las novelas
cortesanas, una pasión que sé que nunca morirá, la pasión que sigue palpitando
y me sigue recordando que todavía puedo amar y no con amor de muerta. Así que empecé a leer Tres Novelas Amorosas Y
Tres Desengaños Amorosos de María de Zayas y Sotomayor. Ya les contaré…
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