Hace
unos meses les platiqué que me mudé a Vancouver unos meses, y también les conté el revés de la suerte que retrasó mi viaje. ¡No puedo
creer lo rápido que pasó el tiempo! La próxima semana ya regreso a México y me
voy con muy buen sabor de boca: de esta ciudad y sus posibilidades, pero también
de mí misma.
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Viajé siendo una y regreso siendo otra. No les he ocultado lo temerosa que me sentí de este
viaje. Vivir en otra ciudad no es fácil: es conducirte en otra lengua todo el
tiempo, tratar con otras culturas, adaptarte a muchos acentos, a distintas
formas de vida y a otras visiones del mundo. Y lo más difícil: extrañar tu
hogar y a tu gente.
Mis primeras
semanas en Vancouver estuvieron llenas de contrastes. La ciudad me maravillaba
a cada paso que daba; el otoño aquí es hermoso, todos los colores eran
fascinantes y las hojas rosadas de los árboles derritieron mi corazón. Pero
extrañaba mucho mi casa, mi idioma, mi comida y a mis amigos. Conforme fue
pasando el tiempo me di cuenta lo fácil que es adaptarse a vivir aquí: está
limpio, es seguro, la gente es amable y todo está donde tiene que estar. Con el
tiempo, encontré una pista para correr, descubrí mis calles favoritas para
caminar y encontré rincones escondidos a donde me iba a pensar, descubrí
restaurantes secretos de comida deliciosa y dominé el sistema de transporte público. Me
fusioné fácilmente con la ciudad pero nunca me desprendí de mi país. Estoy muy feliz de regresar y me siento muy
agradecida de saber que en México hay gente esperándome de vuelta; me lo hacen
saber y me hacen sentir muy querida. Es momento de volver.
Vancouver me
enseño muchas lecciones y algunas de ellas, como siempre, las quiero compartir
con ustedes.
La primera, que
no hay que tener miedo: hay que saber arriesgarse, hay que seguir luchando, hay
que salir de la zona de confort y retarse a uno mismo; las cosas no tienen por
qué salir mal si ponemos nuestro corazón
en ellas. No se crean, yo soy la más miedosa pero ahora por lo menos
sé que puedo hacer las cosas y que NO PASA NADA.
La segunda, que
hay que ser agradecidos: es verdad que no vemos las cosas que tenemos por estar
anhelando las que NO tenemos. Viendo en retrospectiva por fin entiendo por qué
me corrieron de mi trabajo. ¡Me encanta mi vida como es ahora! Es más, ¡la
prefiero! Gracias a esta nueva dinámica puedo disfrutar la vida desde una nueva
perspectiva. No imagino ahora estar encerrada en una oficia sin poder disfrutar
cada día que la vida me regala. De no tener esta nueva dinámica, no podría
haber estudiado en el extranjero ni viajar tanto como me gusta hacer. Ahora
sólo puedo pensar a dónde me quiero ir el próximo año. ¡Sé que puedo y que nada me lo impide!
Y una más: estamos
vivos todo el tiempo, incluso durante los momentos más difíciles. Aquí en
Vancouver las estaciones son muy evidentes: en verano el color verde invade la
ciudad, las copas de los árboles presumen vida; en otoño, todo se vuelve rosado
y rojizo y los árboles comienzas a perder sus hojas. Y en invierno, cuando
pareciera que los árboles están secos y muertos, en realidad tienen otro tipo
de vida; Castañas y piñitas penden de sus ramas, ¡siguen vivos! ¿No es maravilloso?
Así es nuestra
vida también. Estamos vivos cada etapa. Durante los inviernos fríos y difíciles,
y durante los cálidos veranos. Y es verdad que esas etapas de dificultad sólo
nos hacen más fuertes. Yo ya estoy lista para volver a la primavera.
¡Feliz 2016!
Maggie
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