Conocí a este grupo español cuando tenía unos 14 años, es decir, a 4 años de haberse formado la agrupación y a 2 de haber lanzado su primer disco Dile al Sol (1998), el cual no compré hasta muchos años después, ya que el primer material que llegó a mis manos fue El Viaje de Copperpot (2000). Recuerdo que temas como Cuídate, La Playa y París me orillaron a comprarlo, pero me dejó fascinada desde entonces hasta ahora, porque todos y cada uno de los tracks tenían algo especial. Luego, a lo largo de los años, vinieron más álbumes, con nuevos sonidos, con nuevos motivos líricos e incluso con una nueva vocalista, pero algo que les puedo asegurar es que ninguno desmerece.
Originarios de un lugar al que llaman paradisíaco, como lo es San Sebastián Donostia, en el País Vasco; y grabando y produciendo en lugares igualmente idílicos como las Landas Francesas, no es de sorprender que la producción del grupo sea, en el más amplio sentido de la palabra, romántica; capaz de transportar a sus escuchas no sólo a sitios, sino a emociones. Algo que hace peculiar a esta banda y que es lo que más disfruto cada vez, son sus letras tan diversas. Le han escrito a una línea de metro, al aborto, al suicidio, a la emigración materna, a los viajes psicodélicos, a la muerte de un hijo, a la de un amante; al autodesprecio, a la adicción a las drogas, a la guerra; le han escrito la canción más bonita del mundo a una playa, La Concha en San Sebastián; por supuesto que también le han escrito al amor y al desamor, pero desde perspectivas peculiares: al amor desde el alma, al amor desde el cuerpo, a la infidelidad, al amor que simplemente se acaba, a los amores efímeros y a los eternos, en los que participan personajes como el mar, el cielo, la luna y el sol; le han escrito, en fin, a la vida.
Ha sido, por todo esto, un deleite para mí escuchar a La Oreja de Van Gogh en vivo; escuchar esas canciones que, de una u otra manera, han sido una referencia para mí los últimos 13 años de mi vida; encontrarles, en directo, nuevos sentidos, que parecen no agotarse; escuchar el talento de los músicos que conforman la banda y de una voz que supo mantener vivo a un grupo que queremos seguir escuchando muchos, muchos años más.
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