Es extraño bajarme al mundo cada mañana con un nuevo estado civil cuando, aunque no había diamante ni mucho menos papel de por medio, me sentía enamorada, feliz, formal, asentada y segura. Pero otra cosa que me ha sido muy extraña es perder los derechos que me había ganado en la sociedad por el simple hecho de tener novio: ahora me tocan los chistes de la "tía sola y borracha", todo mundo me quiere regalar un gato, estoy exenta de los viajes en pareja con los amigos, me mandan al asiento de atrás en el coche o peor, a la cajuela; también me toca sentarme en la cabecera de las mesas (si no es que en la de los niños) y sí, por su puesto que me toca dormir en el maldito sofá-cama.
¿Por qué las parejas siempre obtienen la suite, la recámara principal o la cama matrimonial? ¿Y a uno lo mandan al sofá-cama, al futón, a la cama inflable o de plano, al sillón? Sí, somos solteros, ¡pero también tenemos vértebras que exigen comodidad! Y lo más importante, ¡tenemos frío! Y el sofá-cama sólo nos recuerda una cosa: estás sola mientras todos duermen en pareja en las recámaras.
Así que a lo único que me resigno es a ver con cara de teta a todos mis amig@s besar a sus novi@s en la campanada 12 de este Año Nuevo, porque por lo demás ¡yo exijo una cama matrimonial para mí sola!
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