Este es el momento
de hablar de uno de mis libros favoritos, de ésos que me cambiaron la vida: Tristán e Isolda. Creo que no haré un spoiler porque es una leyenda de todos
conocida: los amantes mueren; Tristán
muere de una herida envenenada e Isolda
muere de tristeza. Es el epítome de la muerte por amor, el primero muere
defendiendo su amor, y la segunda muere por su amor perdido. Sí, quizá sí haya
quienes mueren de amor. Pero ¡mucho ojo!: una cosa es morir de amor, otra, muy
distinta, de desamor. De desamor nadie, créanme, nadie se ha muerto y no, no
vale la pena.
Sé que hace
algunos meses prometí no volver a hablar de mi ex en este espacio. Pero esta
vez vale la pena porque esta reflexión lleva una enseñanza (según yo) y, como
siempre, me gusta compartirles lo que aprendo por si se encuentran en la misma
situación que yo.
Hace exactamente
un año mi ex me cortó. No lo esperaba y me sentí tan mal, que les juro que
sentí que moría. Ese fin de semana había organizado una salida porque nos
visitaba en la Ciudad de México una amiga que vive en Cozumel. ¿Saben qué hice?
Cancelé el evento. ¡Error! Los amigos nos íbamos a juntar y por mi culpa no
sólo no lo hicimos, sino que perdimos la oportunidad de ver a nuestra amiga.
Después se vinieron un par de semanas realmente intensas. Lloraba claro, lo que
tenía que llorar, lo que era lo propio y lo que sanaría mi corazón, pero
también dejé de comer bien, de hacer ejercicio y, como soy freelance, incluso cancelé algunas citas de trabajo porque no tenía
energía para salir a la calle. Lo único que hacía era ver películas y dormir. Como
no comía bien, tuve que empezar a tomar Ensure
para recuperarme. ¡Háganme el favor! Ahora veo atrás y muchas de mis acciones
me parecen una tontería. Es cierto que padecer los duelos es sano y que incluso
el sufrimiento y las lágrimas nos ayudan a recuperarnos más rápidamente y mejor;
pero detener nuestra vida no, no ¡y no!
La primera
lección que aprendí de esta situación es que de desamor nadie se muere. Hace
unas semanas platicaba con unas amigas por WApp
y les decía que hubo un punto en mi vida en que juré que ya no la contaba. Para
empezar porque los primeros días de mi ruptura sentí que en serio me moría; y
segundo porque una vez recuperada, sentía que mi corazón había quedado lisiado,
que ya había vivido la cuota de amor que me correspondía en esta vida y que
nunca más iba a volver a estar enamorada ni a amar a nadie como amé a mi ex.
¡La exagerada! Sí, quizá la primera vez que nos rompen el corazón es la más
difícil porque no sabemos qué onda; la segunda y la tercera, si es que las hay,
no serán más fáciles, pero por lo menos ya sabremos algo: no nos vamos a morir,
¡vamos a sobrevivir! ¿La otra lección que aprendí? Todo pasa; nada es estático.
¿La tercera
lección? No hay que perder la fe. El Universo tiene preparadas para nosotras
muchas cosas; la película de nuestra vida no termina con esa primera vez que
nos rompieron el corazón. Porque es cierto que en el momento en que menos lo
esperes y lo imagines, llegará esa persona que te recordará que de desamor
nadie se muere y que tu corazón no está lisiado porque, ¡oh sorpresa!, está logrando que te enamores de
nuevo.
Por amor quizá
valga la pena morir. Por desamor no, nunca.
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